5.10.11

Educador en arte: la dignidad de una profesión


Stella Maldonado
Educadora en Arte
Directora de Proyectos Caligrama Proyectos Culturales






Cuando me preguntan a qué me dedico respondo sin temor: soy educadora artística, educadora en arte. Muchos cambian la cara: asombro, duda, sorpresa, incluso, indiferencia. Otros solo atinan a decir: oh, qué bonito¡¡ como si de unos fuegos artificiales, de un dibujo infantil o de un peluche, se tratase. Otros, algo más interesados, se atreven a preguntar “y en qué consiste eso”: pues mire usted en utilizar el arte para educar a las personas, ya sea en el propio arte, como en otros elementos de carácter social y cultural.

Hubo cierta ocasión que, tras una visita al Museo Nacional Centro de Arte Reina Sofía, con un grupo de niños de corta edad, charlando amigablemente con la profesora de los chiquillos, salió a relucir el tema:

Profesora: Así que vosotras sois monitoras de niños.
Yo, educadora: No, somos educadoras.
Profesora: No sabía que existía esa profesión.

Decidí que mi conversación con aquella docente había acabado. No me apetecía ese día dar mil vueltas a las diferencias que radican entre un monitor y un educador. Es como vivir en una continua justificación ¿le preguntan a un fontanero en qué consiste su trabajo? ¿A un político (con la cantidad de dudas que esta profesión levanta últimamente)? ¿A un ama de casa? Señores, junten palabras: educador + arte y encontraran ustedes mismos la solución, no es muy difícil.

Lo que sí es difícil, aunque algunos no lo piensan así, es el trabajo. Trabajamos con personas, el arte es una herramienta para conseguir otros propósitos: que la gente hable, juzgue por sí misma, construya conocimiento, que crea, que sea capaz de, que se forme en valores y no solo en conceptos, que se interrelacione, que se conozca. Velázquez, Goya, Rubens, Sorolla, Van Gogh, Monet, Beuys, Warhol, Cindy Shermann, Christian Boltanski… son recursos, no pretendemos conseguir un conocimiento excelentísimo de estos autores y sus obras… para eso ya están los libros y los catedráticos. Utilizamos el arte como material temático a través del cual se puede ejercitar las potencialidades humanas, una forma de activar nuestra sensibilidad (Eisner, 2000; 10).

Cada vez somos más. Nos encontraras en museos, centros de arte, bibliotecas, galerías, salas de exposiciones, asociaciones culturales, empresas, etc. Nos verás rodeados de niños, adultos, personas con capacidades diferentes, personas en riesgo de exclusión, tercera edad… no nos asusta la gente, nos apasionan las personas, vivimos para ellas.

Los museos, los espacios antes nombrados, no serían nada sin nosotros. Somos el punto de unión entre la colección y el público, el puente, el hilo de Ariadna. Mediadores entre objetos, discursos, conceptos que se atragantan en las gargantas del visitante. Nosotros ayudamos a digerir todo, a tener una mejor digestión al salir por las puertas del museo. Como Olaia Fontal decía en su introducción a Experiencias de aprendizaje con el arte actual en las políticas de diversidad (2010), al hablar del Departamento de Educación y Acción Cultural del MUSAC se refería a este servicio como el aparato digestivo de la institución, un órgano que estando bien alimentado, con una política educativa basada en la alimentación y retroalimentación de y para los públicos y el museo, la investigación de nuevas fórmulas de crear, habitar, pensar…una gran responsabilidad en su interrelación con las personas.

Pese a esto, algunas administraciones se atreven a prescindir de nosotros, de profesionales formados intelectualmente y conformados por la experiencia, y buscan abaratar costes empleando a personas con una formación no tan específica, con una experiencia más pobre en el trabajo con las personas, con los grupos. Eso, a la larga, pasa factura y puede salir caro.

Vivimos tiempos convulsos en donde, por un lado se reconoce la importancia de nuestro perfil profesional, pero por otro se ningunean nuestros derechos laborales. Bajo la nomenclatura de “falsos autónomos” venimos o vienen trabajando muchos de los compañeros y compañeras que conformamos este campo de acción. Desarrollamos nuestra labor para instituciones, empresas, fundaciones que después deciden prescindir de nuestros servicios. Gracias por todos estos años de dedicación pero preferimos que ahora su trabajo lo realice mi prima y su amiga, que acaban de terminar la carrera de Administración y Dirección de Empresas y les encanta el arte y los museos.

De una u otra forma, esto es lo que les ha pasado a los compañeros y compañeras del equipo de educación del Museo de Arte Contemporáneo de León (MUSAC) apartados de su puesto de trabajo tras seis años de compromiso con una institución y con una sociedad (para saber más de esta situación, consultar http://www.educacionenprecario.com); o a trabajadores especializados (no solo en el ámbito de la educación) de los museos estatales; y multitud de casos que no han salido a la luz. Muchos de estos cambios se deben a recortes presupuestarios, cambios de color político o intereses varios, en la mayoría de las ocasiones. La cultura y la educación bajo mínimos.

Últimamente estoy muy reivindicativa, están en todo su derecho de no leerme. Y es que, esto más que un artículo parece una oda a una profesión, mi profesión. Somos muchos los que cada vez más la compartimos, una profesión que, para algunos es nueva, y para otros está en vías de extinción. Vivimos en una lucha constante: defendemos la dignidad del trabajo bien hecho, la ilusión de cada día enfrentarse a un reto nuevo, el compromiso con las personas a las que nos dirigimos, la solidaridad con nuestros compañeros, la interrelación de ideas entre profesionales, las decepciones por no conseguir sacar adelante los proyectos, la lucha interna entre conseguir pan para comer y defender tus valores a la vez, tu filosofía de trabajo, denunciar la doble moral de muchas personas que se proclaman educadores, las intrigas palaciegas nacidas de la envidia, del no dejar hacer… Todo esto es de lo que está exento el trabajo industrializado de la educación museal, el más por menos. Pero todo aquello es la sal de un espíritu, de una forma de vivir, buscar el menos es más de Mies van der Rohe. Somos lo que hacemos.

Hace tiempo me preguntaba si en verdad creía en lo que hacía, si en realidad estaba conforme con mi trabajo. Ahora no se me ocurre otra cosa mejor a la que dedicar mi tiempo.



Eisner, E. (2000). Educar la visión artística. Barcelona: Paidós Educador.
Fontal, O. (2010). El DEAC, aparato digestivo del MUSAC. En Educación y Acción Cultural MUSAC. Experiencias de aprendizaje con el arte actual en las políticas de la diversidad. Barcelona: Actar.

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