8.11.11

Exposiciones: campo minado

Exposiciones: campo minado
Reflexiones entorno a los procesos de trabajo en los proyectos expositivos

Enric García Domingo
Olga López Miguel
Mireia Mayolas Créixams
Profesionales y exposiciones 

Hace unos años, un amigo que, por aquel entonces, coordinaba el departamento de educación de un museo y colaboraba en la realización de una exposición nos contó que el diseñador había decidido dejar fuera de la muestra determinados objetos porque no encajaban en su proyecto. Los conservadores se desesperaron porque, de hecho, aquellas piezas eran básicas en el discurso expositivo, un discurso en el que objetos y públicos quedaron relegados a un segundo término, por detrás del diseño.

Esta anécdota pone de manifiesto lo absurdo que es realizar una exposición desde la preponderancia absoluta de un único objetivo: que luzca el diseño sin más contemplaciones o que todo el peso recaiga en el objeto sin narración que lo sustente.

No estamos diciendo, con esto, que la figura del diseñador no sea importante dentro de un equipo, que es crucial, sino que el diseñador solo, o el conservador solo, no deberían “imponer su ley” sin atender a un diálogo construido desde el contraste permanente de diversos puntos de vista, que obviamente no hará sino enriquecer el proyecto expositivo.

 Uno de los temas pendientes de los educadores de los museos es su participación en la creación de exposiciones. ¿Por qué, después de tantos años de la existencia de los Deacs, todavía no se integra a sus técnicos en los equipos que realizan exposiciones hasta que éstas están inauguradas?


Estas reflexiones nacen de un debate informal entorno a las exposiciones, entre tres técnicos del Museu Marítim de Barcelona de perfiles muy diferentes entre sí. Conversaciones de café sobre las exposiciones que se hacen en los museos: cómo se organizan, si son pocas, muchas o demasiadas, por qué se realizan, qué perfiles profesionales deberían intervenir en su organización…

Atendiendo a la dudosa calidad de algunas de las exposiciones que se inauguran en nuestras ciudades y puestos a ponerlo todo en tela de juicio, lo primero que nos preguntamos es si un museo debe realizar exposiciones y por qué. Sin duda nuestra respuesta es positiva, puesto que son una de las principales formas de comunicación que el museo posee. De hecho, el lenguaje expositivo es intrínseco a las instituciones patrimoniales, y podríamos decir que las exposiciones nacieron para mostrar –exponer- objetos. Y es que exponer es el acto de presentar algo para que sea visto.

Realizar exposiciones permite incorporar nuevas visiones sobre un tema, innovar en lenguajes para hacer llegar un discurso a determinados públicos, generar actividad y expectación… en definitiva, comunicarse con la sociedad.

Sin embargo, no se debería utilizar el “formato exposición” para difundir cualquier cosa: ¿cuántas exposiciones hemos visto que, de hecho, son un libro en plafones? Un museo debe buscar la fórmula más apropiada para cada acción de divulgación de contenidos y para cada público, de forma que se pueda garantizar la eficacia de la comunicación y del contacto con las audiencias a las que se pretenda llegar, en función de otras consideraciones, como sus procesos de aprendizaje, los hábitos de consumo cultural, etc.

Si el objetivo de una exposición es comunicar a través de los objetos, ésta debería tener un discurso narrativo que llegara al público al cual se quiere dirigir. Ciertamente, el número de exposiciones de arte que se limitan a presentar los objetos sin más, es muy grande: el potencial estético de estas piezas puede justificar su mera exhibición, privada de intentos eficaces de interpretación para públicos no iniciados. Sin embargo, los museos de historia, de antropología, de ciencia, de tecnología… no pueden hacer lo mismo porque su patrimonio expuesto sin más tiene un interés relativo. Su importancia no radica en sus valores estéticos, sino en su calidad de depositario de significados sobre una manera de trabajar, de vivir, de entender el mundo, que la sociedad les ha reconocido a través de un proceso de patrimonialización.


Resumiendo, podríamos definir una exposición cómo la articulación de un discurso narrativo a través de objetos, por lo que la integración de los técnicos de educación, en tanto que expertos en procesos de comunicación y aprendizaje, en los equipos que realizan estos proyectos está tan justificada como la de los conservadores, en su calidad de expertos conocedores de las temáticas y los conceptos que se pretenden transmitir.

El problema radica en que, en muchos museos, ni los unos ni los otros se dedican a esta tarea. Desde hace tiempo, viene siendo habitual la práctica de alquilar las exposiciones en un mercado emergente, o, cuando son de producción propia, encargar no sólo su producción sino también su concepción, a equipos externos al museo, con el argumento de que los profesionales de las instituciones no tienen tiempo para realizar dichos proyectos. Como consecuencia, son muchos los museos que apenas tienen a nadie en sus equipos dedicado a realizar exposiciones.

Puede que este fenómeno, el de la ausencia injustificada de profesionales dedicados a la construcción del discurso expositivo mediante el lenguaje museográfico, y su formalización a través del diseño y producción de exposiciones, esté vinculado de alguna forma a otro fenómeno: la supuesta “necesidad” de los museos, grandes, medianos o pequeños, de inaugurar ocho, diez o doce exposiciones anuales como síntoma de vitalidad o capacidad de comunicación con sus públicos.

Este escenario, nada ajeno a muchos profesionales, cuestiona la capacidad de los equipos para generar productos expositivos al ritmo que los máximos responsables de las instituciones museística requieren, al mismo tiempo que se confunde el sentido que el proceso de comunicación tiene para museólogos (generación colaborativa de conocimiento e impulso de la capacidad crítica y reflexiva) y “publicistas” (impacto mediático inmediato, visibilidad en los medios de comunicación, y éxitos “protocolarios”).


Las exposiciones como proyectos transversales

Volvamos al tema que nos ocupa ¿Quiénes son los encargados de realizar una exposición y cómo deberían ser los equipos destinados a realizarlas? Los primeros museos surgieron para mostrar obras de arte y, por tanto, los primeros profesionales en realizar exposiciones fueron los conservadores de estas piezas, entre otras cosas porque los museólogos tenían sólo este perfil. A los museos de arte se sumaron los de etnología, historia, ciencias naturales, tecnología… destinados a conservar y exponer un tipo de patrimonio cuyo valor no es estético, por lo que ya no vale su mera exposición si ésta no está sustentada por un discurso narrativo que lo haga comprensible. A lo largo de este proceso se fueron sumando otros perfiles profesionales: restauradores, educadores, técnicos de la comunicación, diseñadores…


Sin embargo, esto no sirvió para crear equipos interdisciplinarios y, en consecuencia, más ricos, quizás porque nuestro país no se caracteriza por el hábito del trabajo en equipo y la transversalidad. No sabemos cuándo pero en un determinado momento, la mayoría de exposiciones se empezaron a encargar –en su totalidad- a equipos ajenos al museo y la responsabilidad se dejó absolutamente en manos de empresas externas, muchas de ellas dirigidas por diseñadores.

Así, pasamos de un tipo de exposiciones en las que predominaba el cientificismo en detrimento de la eficacia de la comunicación, a otro en el que prevalecía el efectismo de la forma por encima del interés de los contenidos y su comprensión por parte de los públicos a los que supuestamente se pretendía llegar. Puede que esta apreciación no sea extensible a las exposiciones de arte, en las que los objetos se consideran tan valiosos que se continúa presentándolos de forma casi “sacramental” y atribuyéndoles un papel protagonista, pero en otras –como, por ejemplo, las dedicadas a temas históricos-, la libertad del diseñador, incluso para influir en el discurso, es mucho más importante.

Una exposición es uno de los proyectos más transversales que puede realizar un museo y necesita, obviamente, profesionales expertos en el contenido que se quiere transmitir. Pero una cosa es el contenido y otra la manera de transmitirlo al público, por lo que la figura de alguien que adapte este contenido a un lenguaje (no sólo escrito sino también en términos de narrativa) a fórmulas comprensibles por los destinatarios, es tan imprescindible como el primero.

Sin duda, los expertos dedicados a velar por las condiciones de conservación de los objetos deben desarrollar su tarea de forma rigurosa, sin olvidar que la presentación de las piezas en una exposición influye notablemente en el discurso narrativo que se intenta transmitir. Evidentemente también es imprescindible un diseñador que haga atractiva la muestra y ayude, así, a la mejor transmisión del contenido.

En estos equipos transversales, la figura del comisario no debería definirse en términos tradicionales. Su elección debería tener en cuenta otras aptitudes entre las que debería destacar la habilidad para la conducción de equipos de trabajo. Otra de las características de este “equipo ideal” es que deberían estar formados por profesionales tanto del museo como externos, sin perder de vista en ningún momento qué objetivos y criterios deben prevalecer en el desarrollo del proyecto (los de la institución).

Para resumir: cuando abordamos proyectos expositivos, y teniendo en cuenta que la metodología y la mecánica sirve tanto para las muestras de carácter permanente como para las temporales, deberíamos tomar siempre en consideración que:

  1. Las exposiciones son una actividad prioritaria del museo. En consecuencia las instituciones museísticas deberían reflexionar largo y tendido sobre la política expositiva a desarrollar. 
  2. En este contexto es indispensable que los museólogos, sea cual fuere su campo de especialización, tengan una formación sólida y continuada sobre el hecho expositivo: desde la construcción del discurso hasta la formalización de su contenido, teniendo en cuenta tanto objetos como destinatarios. 
  3. Es importante, también, adquirir hábitos de trabajo en equipo en un contexto que facilite la generación de dinámicas de trabajo caracterizadas por la transversalidad
El museo es el lugar en el que confluyen colecciones y públicos, que deben comunicarse entre sí. La exposición es un punto clave de este intercambio y los profesionales, y muy especialmente, aquéllos dedicados al desarrollo de las políticas educativas, deben jugar un papel fundamental como mediadores en esta relación, de forma que la transmisión de conocimiento se produzca de manera inteligible y, por tanto, eficiente, a la vez que el museo se enriquece con las aportaciones de sus usuarios.


Enric García es Responsable del Centro de Documentación Marítima del MMB
Olga López es adjunta a dirección del MMB
Mireia Mayolas es Responsable del Departamento de Educación del MMB

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